17 octubre, 2005
Aún queda mucho rabo por desollar
Hugo Cores
En los últimos días se ha hablado bastante del malestar de las bases frenteamplistas, de desafiliaciones masivas y del presunto divorcio existente entre la dirección y los militantes. Curiosamente muchas de estas “informaciones” proceden de quienes a nombre de una supuesta post modernidad se refieren a la militancia y a las identificaciones ideológicas como hechos del pasado, como atavismos que cualquier izquierda moderna debiera haber tirado al tacho de basura desde hace tiempo.
Malestares y divorcios
El punto culminante de esta tensión lo constituyó el debate en el Parlamento de la autorización solicitada por el Ejecutivo para la participación de la Armada en la Operación UNITAS. Se trató efectivamente de un hecho traumático que no dejó a la izquierda bien parada. De hecho solo la conducta asumida por el diputado Chifflet resultó representativa del sentir mayoritario de los frentistas.
Una de las claves de la situación es que el gobierno tendrá que aceptar las críticas y procurar corregir posiciones y estilos de trabajo no-participativo que no tienen respaldo en la fuerza política.
La militancia frenteamplista, al mismo tiempo, tendrá que multiplicar su accionar en defensa de las conquistas que paso a paso vaya logrando este gobierno. Y generar otras.
Lo que no podemos hacer es alentar la incomprensión y la desmovilización. Gran parte de lo que está por hacerse requerirá luchas. Confrontación de ideas, crecimiento de la movilización popular, denuncia de los privilegios, desmoralización de los remanentes autoritarios que sobreviven en el Estado y todo lo demás. Todo esto ¿cómo lo haremos si no es actuando en forma unida?
Lo que está en juego
Creo de debiera estar claro que una cosa son los errores o desavenencias internas con nuestro gobierno y otra los beneficios que las derechas esperan obtener de estas circunstancias.
Lo que está en juego es la profundización de ese hecho fundamental que fue la conquista del gobierno por parte de la izquierda en las elecciones del 31 de octubre. Hubo ahí un corte trascendente en la historia del país.
Si hacerse cargo de las palancas del gobierno es una experiencia inexplorada y turbadora para la izquierda, el hecho de estar lejos de ellas resulta desesperante para los que han detentado siempre los espacios de privilegio. Aunque por ahora resulta apenas simbólico, los efectos de la intemperie son sentidos como un peligro grave.
Un programa de signo popular y los factores de retroceso.
Es indudable el carácter popular del programa que anima a este gobierno. La búsqueda, por parte del elenco, en lo grande y en lo pequeño, de soluciones favorables a los más pobres, a los trabajadores, a los excluidos.
Algunos de esos pasos son relativamente pequeños, para la gravedad de la situación, como los esfuerzos que se realizan a través del Plan de Emergencia. Pero tienen un significado profundo: es el que les da el hecho que por primera vez un gobierno reconoce la gravedad de la miseria existente y busca reparar los eslabones más débiles.
La gratuidad del boleto estudiantil en la amplia zona metropolitana es una conquista importante. ¡Los palos que costaron, hace 30 o 40 años, las rebajas al boleto obtenidas con la lucha estudiantil!
Otros hechos tienen una importancia mayor, como lo es la convocatoria de los Consejos de Salarios, que representaron a cientos de miles de trabajadores. Ahora, significativamente y por primera vez, también para las empleadas domésticas. Nuevos sindicatos, gremios más fuertes, más desafíos para trasmitir a las nuevas generaciones lo aprendido a lo largo de decenios de luchas y sacrificios.
En el mismo sentido apunta la decisión de amparar el ejercicio de los derechos sindicales, la negativa a desalojar los locales ocupados por los trabajadores en el ejercicio del derecho de huelga.
Estos lineamientos, son todavía, en cierto sentido, virtuales. Pero son pasos decisivos en un proceso importante de fortalecimiento organizativo de la clase trabajadora. Y esto es clave en un proceso de acumulación de fuerzas.
La organización y la lucha de los trabajadores es un factor que tiende a ordenar el conjunto del acontecer político. Lo que organiza, es progresista. Lo que divide y desmoraliza, no lo es.
Los pro y los contra de ‘no hacer olas’
Al mismo tiempo hay factores de estancamiento en varios planos. Los más trascendentes son los compromisos asumidos con el FMI, que se vienen cumpliendo con una minuciosidad digna de mejor causa. La apuesta a la inversión privada extranjera defendida como “único camino” amenaza con abortar cualquier proyecto de país productivo.
Desde las galerías del neoliberalismo nos prodigan elogios, pero ellos no son ni lo serán nunca nuestros aliados. Son los procónsules de los intereses dominantes en un mundo cada vez más injusto y con imposiciones cada vez más difícil de soportar, sobre todo para los países periféricos como el nuestro.
La línea gradualista, el propósito de “no hacer olas” frente a los ojos de los defensores del orden imperial es una silueta que pudo, por un período, resultar útil: desactivar el clima de “alarma pública”, el trastorno por el miedo ante la ‘inminencia del caos’ en caso que la izquierda alcanzara el gobierno. Todo eso la derecha lo intentó y no ha conseguido privar al gobierno de su apoyo popular.
Ahora bien una línea con aristas polémicas como la que se viene desarrollando exige una participación mayor del cuerpo activo de la masa frenteamplista. Y lo exigen sobre todo los cambios que están por venir. Este podrá ser un gobierno de cambios leves y lentos pero lo que no debe dejar ninguna duda es que será un gobierno de cambios. Una acción destinada a revertir la corriente de entrega y empobrecimiento que dejaron las administraciones anteriores.
Y las que van a venir…
Buena parte de las batallas que aparecen en el horizonte requieren un cambio en el grado de participación popular en la vida y en las decisiones políticas. Y un cambio del clima público. Para vencer las rémoras del Estado burocrático, se hará necesario un estado de debate y de espíritu fermental en el campo popular que hoy no parece existir.
La aplicación de un nuevo modelo de atención de la salud, por ejemplo.
O la aplicación de una reforma tributaria en aras de la redistribución de la renta requerirá debates internos y externos. Y dado que hay que vencer resistencias se harán necesarias las movilizaciones populares.
O la lucha contra las camarillas gerenciales aliadas al privilegio que subsisten en las empresas públicas. O la consagración de leyes que terminen con el estorbo y el peligro que significa la subsistencia de la doctrina de la seguridad nacional en las Fuerzas Armadas. O el apoyo a las fábricas que, ahora o más adelante, están siendo o serán gestionadas por los propios trabajadores.
El desaliento y la división son lujos que no nos podemos permitir.
Para todas esas ‘batallas de ideas’ y políticas se precisará más información, más vida orgánica de las organizaciones populares, más extensión de los ciudadanos que participan en los debates.
Tomemos por ejemplo el proyecto de cambios de fondo que contiene el programa del gobierno en materia de salud.
Hoy, en el debate nacional, ¿quién tiene más peso? ¿Los núcleos profesionales que se han enriquecido haciendo de la medicina un pingüe negocio o el millón de uruguayos que carece de cualquier tipo de asistencia?
Preguntarlo es contestarlo. A la vez, la existencia de una situación de injusticia y de desigualdad en el disfrute de un derecho humano esencial como la salud, ¿no nos convoca como frenteamplistas a ponernos del lado de los que serán reparados con el nuevo esquema de salud?
Dicho de otra manera, con cierta independencia de cómo conduce el gobierno, hay unas obligaciones que son nuestras. Obligación de exigir información y debate a nuestros propios compañeros, obligación a conjuntar fuerzas para avanzar en transformaciones de signo igualitario y justiciero.
Ha habido errores. Algunas porcelanas se han quebrado, pero el mundo no termina ahí. Esto recién empieza. Hay mucho rabo por desollar como para permitirnos el lujo del desaliento y la dispersión.
Publicado en La República, Montevideo, 17 de octubre de 2005
En los últimos días se ha hablado bastante del malestar de las bases frenteamplistas, de desafiliaciones masivas y del presunto divorcio existente entre la dirección y los militantes. Curiosamente muchas de estas “informaciones” proceden de quienes a nombre de una supuesta post modernidad se refieren a la militancia y a las identificaciones ideológicas como hechos del pasado, como atavismos que cualquier izquierda moderna debiera haber tirado al tacho de basura desde hace tiempo.
Malestares y divorcios
El punto culminante de esta tensión lo constituyó el debate en el Parlamento de la autorización solicitada por el Ejecutivo para la participación de la Armada en la Operación UNITAS. Se trató efectivamente de un hecho traumático que no dejó a la izquierda bien parada. De hecho solo la conducta asumida por el diputado Chifflet resultó representativa del sentir mayoritario de los frentistas.
Una de las claves de la situación es que el gobierno tendrá que aceptar las críticas y procurar corregir posiciones y estilos de trabajo no-participativo que no tienen respaldo en la fuerza política.
La militancia frenteamplista, al mismo tiempo, tendrá que multiplicar su accionar en defensa de las conquistas que paso a paso vaya logrando este gobierno. Y generar otras.
Lo que no podemos hacer es alentar la incomprensión y la desmovilización. Gran parte de lo que está por hacerse requerirá luchas. Confrontación de ideas, crecimiento de la movilización popular, denuncia de los privilegios, desmoralización de los remanentes autoritarios que sobreviven en el Estado y todo lo demás. Todo esto ¿cómo lo haremos si no es actuando en forma unida?
Lo que está en juego
Creo de debiera estar claro que una cosa son los errores o desavenencias internas con nuestro gobierno y otra los beneficios que las derechas esperan obtener de estas circunstancias.
Lo que está en juego es la profundización de ese hecho fundamental que fue la conquista del gobierno por parte de la izquierda en las elecciones del 31 de octubre. Hubo ahí un corte trascendente en la historia del país.
Si hacerse cargo de las palancas del gobierno es una experiencia inexplorada y turbadora para la izquierda, el hecho de estar lejos de ellas resulta desesperante para los que han detentado siempre los espacios de privilegio. Aunque por ahora resulta apenas simbólico, los efectos de la intemperie son sentidos como un peligro grave.
Un programa de signo popular y los factores de retroceso.
Es indudable el carácter popular del programa que anima a este gobierno. La búsqueda, por parte del elenco, en lo grande y en lo pequeño, de soluciones favorables a los más pobres, a los trabajadores, a los excluidos.
Algunos de esos pasos son relativamente pequeños, para la gravedad de la situación, como los esfuerzos que se realizan a través del Plan de Emergencia. Pero tienen un significado profundo: es el que les da el hecho que por primera vez un gobierno reconoce la gravedad de la miseria existente y busca reparar los eslabones más débiles.
La gratuidad del boleto estudiantil en la amplia zona metropolitana es una conquista importante. ¡Los palos que costaron, hace 30 o 40 años, las rebajas al boleto obtenidas con la lucha estudiantil!
Otros hechos tienen una importancia mayor, como lo es la convocatoria de los Consejos de Salarios, que representaron a cientos de miles de trabajadores. Ahora, significativamente y por primera vez, también para las empleadas domésticas. Nuevos sindicatos, gremios más fuertes, más desafíos para trasmitir a las nuevas generaciones lo aprendido a lo largo de decenios de luchas y sacrificios.
En el mismo sentido apunta la decisión de amparar el ejercicio de los derechos sindicales, la negativa a desalojar los locales ocupados por los trabajadores en el ejercicio del derecho de huelga.
Estos lineamientos, son todavía, en cierto sentido, virtuales. Pero son pasos decisivos en un proceso importante de fortalecimiento organizativo de la clase trabajadora. Y esto es clave en un proceso de acumulación de fuerzas.
La organización y la lucha de los trabajadores es un factor que tiende a ordenar el conjunto del acontecer político. Lo que organiza, es progresista. Lo que divide y desmoraliza, no lo es.
Los pro y los contra de ‘no hacer olas’
Al mismo tiempo hay factores de estancamiento en varios planos. Los más trascendentes son los compromisos asumidos con el FMI, que se vienen cumpliendo con una minuciosidad digna de mejor causa. La apuesta a la inversión privada extranjera defendida como “único camino” amenaza con abortar cualquier proyecto de país productivo.
Desde las galerías del neoliberalismo nos prodigan elogios, pero ellos no son ni lo serán nunca nuestros aliados. Son los procónsules de los intereses dominantes en un mundo cada vez más injusto y con imposiciones cada vez más difícil de soportar, sobre todo para los países periféricos como el nuestro.
La línea gradualista, el propósito de “no hacer olas” frente a los ojos de los defensores del orden imperial es una silueta que pudo, por un período, resultar útil: desactivar el clima de “alarma pública”, el trastorno por el miedo ante la ‘inminencia del caos’ en caso que la izquierda alcanzara el gobierno. Todo eso la derecha lo intentó y no ha conseguido privar al gobierno de su apoyo popular.
Ahora bien una línea con aristas polémicas como la que se viene desarrollando exige una participación mayor del cuerpo activo de la masa frenteamplista. Y lo exigen sobre todo los cambios que están por venir. Este podrá ser un gobierno de cambios leves y lentos pero lo que no debe dejar ninguna duda es que será un gobierno de cambios. Una acción destinada a revertir la corriente de entrega y empobrecimiento que dejaron las administraciones anteriores.
Y las que van a venir…
Buena parte de las batallas que aparecen en el horizonte requieren un cambio en el grado de participación popular en la vida y en las decisiones políticas. Y un cambio del clima público. Para vencer las rémoras del Estado burocrático, se hará necesario un estado de debate y de espíritu fermental en el campo popular que hoy no parece existir.
La aplicación de un nuevo modelo de atención de la salud, por ejemplo.
O la aplicación de una reforma tributaria en aras de la redistribución de la renta requerirá debates internos y externos. Y dado que hay que vencer resistencias se harán necesarias las movilizaciones populares.
O la lucha contra las camarillas gerenciales aliadas al privilegio que subsisten en las empresas públicas. O la consagración de leyes que terminen con el estorbo y el peligro que significa la subsistencia de la doctrina de la seguridad nacional en las Fuerzas Armadas. O el apoyo a las fábricas que, ahora o más adelante, están siendo o serán gestionadas por los propios trabajadores.
El desaliento y la división son lujos que no nos podemos permitir.
Para todas esas ‘batallas de ideas’ y políticas se precisará más información, más vida orgánica de las organizaciones populares, más extensión de los ciudadanos que participan en los debates.
Tomemos por ejemplo el proyecto de cambios de fondo que contiene el programa del gobierno en materia de salud.
Hoy, en el debate nacional, ¿quién tiene más peso? ¿Los núcleos profesionales que se han enriquecido haciendo de la medicina un pingüe negocio o el millón de uruguayos que carece de cualquier tipo de asistencia?
Preguntarlo es contestarlo. A la vez, la existencia de una situación de injusticia y de desigualdad en el disfrute de un derecho humano esencial como la salud, ¿no nos convoca como frenteamplistas a ponernos del lado de los que serán reparados con el nuevo esquema de salud?
Dicho de otra manera, con cierta independencia de cómo conduce el gobierno, hay unas obligaciones que son nuestras. Obligación de exigir información y debate a nuestros propios compañeros, obligación a conjuntar fuerzas para avanzar en transformaciones de signo igualitario y justiciero.
Ha habido errores. Algunas porcelanas se han quebrado, pero el mundo no termina ahí. Esto recién empieza. Hay mucho rabo por desollar como para permitirnos el lujo del desaliento y la dispersión.
Publicado en La República, Montevideo, 17 de octubre de 2005